Nick
Bertozzi ha imaginado para El Salón una intriga siniestra en la que
envuelve a lo mejor de la vanguardia artística del París de 1907.
Los cadáveres decapitados de unos cuantos bohemios, más o menos
artistas, asustan a Leo y Gertrude Stein, y los hermanos deciden
convocar a sus amigos, los Apollinaire, Satie, Braque o Picasso, para
descubrir entre todos al asesino y librarse de la amenaza. Con este
planteamiento convencionalmente inquietante, el relato va encadenando
encuentros, discusiones y peripecias de los nombrados y de otros
muchos (también participan, como algo más que comparsas, Matisse,
Gauguin, Kahnweiler), que desembocan en el Salón que da título a la
obra, la exposición que consagrará el genio del joven Picasso.
Enredar
a personajes reales en una ficción es recurso usual en novela, pero
no tanto en cómic. Bertozzi lo emplea con inteligencia, pues logra
que la búsqueda del misterioso criminal se confunda con la
indagación estética de los artistas que la emprenden y la
resolución de la intriga tenga bastante que ver con ella y con sus
modos de vida, es decir, con sus maneras de ser artistas. En El
Salón, Braque y Picasso discuten los fundamentos de un nuevo arte,
aunque será el español, ambicioso, desenfrenado y carente de todo
escrúpulo, quien lo personalizará; Gertrude Stein conoce a Alice B.
Toklas, se pelea con su hermano y se conoce a sí misma; Matisse
pugna por la primacía en el nuevo arte con los recién llegados;
Gauguin se hunde en la miseria y la sinrazón. Y todos consumen
absenta y, en consecuencia, derivan, como lo hizo su arte, por los
límites de la realidad y de lo irreal,
de modo que la ficción y las invenciones de Bertozzi despliegan las
andanzas y las
ideaciones
de aquellos exploradores geniales. Los artistas que dibuja, en suma,
parecen tan pequeños y tan desmesurados, tan humanos, como uno
podría imaginárselos.
Bertozzi
crea, sobre un esquema de página invariable como una cuadrícula, un
relato sombrío, de negruras generosas, como corresponde a la
intriga, a las que añade un color de variedad chirriante, aplicado
como bitono, artificioso intencionadamente y que choca con los usos
dominantes en el medio. Su relato sincopado, de capítulos
yuxtapuestos y aspecto escueto, adquiere densidad gracias al juego
constante con la profundidad de plano, en la que se juegan las
complejas relaciones cruzadas entre sus protagonistas, y gracias
también a las abundantes insinuaciones y guiños al lector, que
aportan bastante humor y no poca pimienta a su ficción.
tiene
su aquel. El Salón resulta, en suma, una historieta de aire
singular, que con sus viñetas de aspecto inesperado y su argumento,
entre el relato negro, el sainete y la reflexión estética,
reconstruye aquel instante decisivo para la historia del arte
contemporáneo en que los artistas dijeron adiós a la realidad, para
zambullirse en sus creaciones.
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