“Dios
en persona” es una reflexión sobre nuestra sociedad a través de
la figura de Dios. Para ello, Marc-Antoine Mathieu se sirve de esos
elementos que definen la actualidad, como el merchandising, el
márketing, la publicidad, los reality shows… Los males de nuestra
era parecen tomar como presa preferente a Dios y convertirlo en el
eje de nuestras vidas. Aunque en el guión encontramos citas del
calibre de “Dios es la soledad de los hombres”, de Jean-Paul
Sartre, Mathieu consigue llevar adelante su historia evitando un
tratamiento demasiado intelectual, plagado del humor absurdo,
característico en toda su obra.
Una
muy recomendable historia gráfica para observar al cómic desde el
otro lado. Desde la reflexión de quiénes somos y en qué nos hemos
convertido, el autor Mathieu resuelve
una complicada paradoja a su favor: consigue que un ensayo se
convierta en cómic.
Probablemente,
dentro de los diferentes géneros literarios, nada hay más opuesto
al cómic que esta fórmula inventada por Montaigne en el S.XVI. Bien
es cierto, también, que el cómic además de ser
una obra artística completa con unas características concretas,
puede entenderse como medio de expresión artística (un vehículo)
que permitiría adaptar a sus mecanismos diferentes tipos obras.
Esta
reflexión viene a cuento porque Dios en persona es
un cómic basado en reflexiones filosóficas y teológicas, más que
un ejercicio puramente narrativo. De ahí que su organización en
capítulos sea, si no aleatoria, sí bastante fragmentaria: existe
una línea de relato, desde luego (la que marca el episodio
comprensivo del juicio a Dios), pero cada capítulo funciona, en
realidad, como un nuevo punto de vista añadido al debate de la
existencia de Dios, como una nueva línea de voz cualificada que
participa del mismo.
De
hecho, probablemente ésta fuera la única manera lógica que tenía
Mathieu de convertir en tebeo un género en el que la reflexión, el
didactismo y el razonamiento dialéctico sustituyen a la forma
narrativa. Es interesante, en este sentido, que el relato de Dios
en persona se construya a partir de las declaraciones
profundas y ampliamente razonadas de los personajes que pueblan sus
páginas: como si estos fueran los testigos llamados a declarar a un
juicio. Que en realidad es la figuración que se escenifica en las
páginas del cómic. Nos recuerda el recurso al modo y manera en que
Welles construyó su Ciudadano Kane: los testimonios
subjetivos y contradictorios de aquellos que conocieron al gran
magnate norteamericano (quien fuera en realidad William Randolph
Hearst) ayudan a formar la imagen del personaje que da nombre al
film. Es curioso que, en aquella ocasión, Kane fuera un hombre que
ha adquirido la categoría de un semidiós gracias a su fortuna y en
el caso de Dios en persona, Dios haya adquirido
corporeidad y presencia humana.
La
obra, como buen ensayo sobre el tema que es, tiene una fuerte y
sólida base intelectual. El texto de Mathieu hace gala de una gran
inteligencia y fuertes dosis de ironía para hablar de la actual
sociedad mercantil, un entorno sociopolítico que en esta obra se
revela carente de valores humanos e ideológicos. Dios en
persona recurre al “sumo creador” para atacar de frente
a los encargados de administrar su obra: los seres humanos. Se trata
de un cómic que, detrás de su discurso teológico, esconde un
mensaje de gran calado ético y filosófico: el del fracaso del ser
humano como ser social.
En
su, por momentos bastante claro, tono paródico, este cómic alcanza
algunos instantes imaginativos de verdadera genialidad: ese momento
de la creación del logo de Dios con copyright incluido
o el recorrido por las galerías de arte acaparadas por las
referencias al todopoderoso y la brillante explicación de las piezas
en ellas expuestas; o la obra teatral creada alrededor de un
dios con dudas existenciales. Como hemos dicho, el trabajo de Mathieu
está surcado de buenas ideas y de “citas” precisas que se
ramifican y bifurcan ensayísticamente en
diferentes direcciones argumentales.
El
blanco, negro y gris que Marc-Antoine Mathieu emplea sirve para crear
efectos que parecen resaltan aspectos oscuros de nosotros mismos y de
la misma figura de Dios. Los claro-oscuros divinos, del sistema que
permite frivolizar con una figura del calibre de Dios, etcétera. Un
cómic elaborado para la reflexión y que va más allá de la labor
de explicar una historia. Marc-Antoine Mathieu parece reflexionar
sutilmente sobre el devenir de la Historia y cómo esta ha
desembocado en la sociedad del presente y en los elementos que la
conforman.El
dibujo de Mathieu no intenta esquivar la complejidad del asunto
referido. Recurre el francés a un estilo realista muy sintético y,
por momentos, bastante sombrío y solemne. Se vale para ello de un
juego cromático apoyado en los tonos grises y en grandes masas de
sombra y trama negra. Sus personajes (los sociólogos, científicos,
psicólogos, barrenderos o abogados que testimonian a favor o en
contra de Dios en el juicio), resultan seres humanos creíbles y
perfectamente identificables desde un plano de recreación física.
Curiosamente, el único personaje que no tiene rostro es Dios.
Mathieu evita representar al personaje central de su obra de frente:
lo vemos siempre de espaldas o a través de los cristales traslúcidos
de la urna que ocupa durante el juicio. El recurso es ingenioso y su
utilización no resulta forzada en ningún momento. Esta solución
podría leerse, además como solución al problema de la
representación divina .