Todo
es muy bonito en Tamara
Drewe.
El dibujo de Posy
Simmonds es
suave; su paleta de colores, delicada; sus personajes, guapos; sus
trabajos, glamurosos; su historia, amable. Uno se la puede imaginar
perfectamente como una comedia romántica protagonizada por Hugh
Grant, Julia Roberts y John Cusack al
estilo de Cuatro
Bodas y un Funeral.
Demasiado bonito. Toda esa belleza gira en torno al personaje
de Tamara
Drewe y
el terremoto que con su presencia sacude al resto de los habitantes
de este cómic nacido en las páginas del diario británico The
Guardian y
publicado por Sins
Entido en
nuestro país. Una adaptación actualizada en forma y contenido
de Lejos
del Mundanal Ruido,
novela de Thomas
Hardy.
Tamara,
detonante de la acción de esta obra coral, no sólo fascina a la
pequeña comunidad en la que se introduce como un elefante en una
cacharerría, sino también al propio lector. Se trata de una mujer
joven, atractiva, que lleva las riendas de su vida, que hace con ella
y con los que la rodean lo que le viene en gana. Ese es uno de los
principales atractivos de la historia. Que la protagoniza, una mujer
moderna, lejos de la típica segundona o de la compañera del
protagonista. Una mujer que vive su vida sin tener que responder a
nadie por ella y que sorprende muchas veces al lector por sus
reacciones. Las relaciones amorosas son el motor de la historia, y la
consecución de una pareja estable se ve como la solución a toda
infelicidad. El objetivo supremo y único a través del cual se puede
alcanzar la realización como persona. De este modo, lo que comienza
como un fino estudio sobre la mentalidad de los hombres y los anhelos
de las mujeres, con una gran caracterización de personajes, va
derivando hacia la comedia de enredo folletinesca.
Formalmente, Simmonds se
sirve de todo lo que encuentra a mano para conseguir su objetivo. Lo
que quiere es, sin más, contarnos una historia y para ello se vale
de cualquier método narrativo, desde el monólogo interior y los
largos fragmentos escritos, hasta fórmulas diversas que profundizan
en el origen literario de su obra disfrazadas de e-mails, artículos
periodísticos, columnas, recortes y portadas de prensa. En cierto
modo, sigue el precedente de mezcla de géneros que sentara Gil
Kane con
su Blackmark,
pero en este caso se percibe más nítidamente que este cómic está
concebido para ser serializado en la página dominical de un
periódico. En función de esa premisa todo encaja y funciona con
plena brillantez.
El
reverso de la trama principal reside en el grupo de adolescentes que
la autora introduce como reflejo del lector. Al igual que este, ellos
observan y son testigos de todo lo que sucede. Son el ancla en tierra
con la que identificarse. El resto de personajes delata su origen en
la novela victoriana y resultan demasiado elitistas. Estos
chiquillos, pertenecientes a una clase mucho menos favorecida,
contemplan atónitos los banales problemas de Tamara y sus amigos, y
asisten en la distancia a las miserias de un mundo al que nunca
pertenecerán, sin importarles realmente lo que les pasa y cómo lo
van a resolver.