From
Hell
La
figura de Jack el Destripador sirve como excusa, punto de arranque y
centro común para una narración sobre la época victoriana, el
origen de los arquetipos y el nacimiento del siglo XX. Una obra
maestra imprescindible.
Londres.
1888. Reinado de la Reina Victoria. En una de las zonas más sórdidas
del Londres victoriano, Whitechapel, se cometen varios asesinatos de
prostitutas de una naturaleza tan brutal que llaman la atención
incluso en medio del ambiente embrutecido de los obreros de la
revolución industrial. El escenario es tan perturbador –sexo,
asesinato, mutilación- que hasta nuestros días pervive la imagen
creada para dar forma al desconocido culpable de esos crímenes: Jack
el Destripador.
Alan
Moore visita la escena del crimen y construye una historia que se
cuenta entre las mejores –en algunos aspectos quizás la mejor- de
este creador de obras maestras. En sus pesquisas le ayuda Eddie
Campbell, quien retrata fielmente la escena, los actores y los
detalles delatores, con un grafismo sucio, naturalista y que rinde
homenaje a la propia ilustración periodística victoriana antepasada
de la prensa de escándalo de hoy día. Ningún personaje es
ficticio, sólo las relaciones entre ellos –y no todas- responden a
la voluntad de Moore por crear el drama más intenso que se haya
visto en un medio como el cómic sobre un periodo histórico que
determinó, en muchas maneras, la forma del mundo por venir de
maneras insospechadas.
La
locura en la literatura es, curiosamente, un tema victoriano por
excelencia aunque no lo parezca, posiblemente un legado romántico y
gótico aunque se trata muy diversamente y en muchos modos: desde el
melodramático hasta el cómico: Dickens escribió más de una vez
sobre la división de la mente del hombre y se interesó sobre los
asilos, Emily Brönte con su narración romántica llevada a los
extremos crea a Heathcliff a quien su desesperación lleva casi a la
necrofilia, muestras del lado oscuro de una sociedad arquetípicamente
hipócrita, convencional y rígida que sin embargo creaba grandes
monstruos para su literatura . Y Carroll, entre otras cosas que
acompañan a muchos lectores de sus libros desde hace más de cien
años, crea al Sombrerero Loco.
Ahora
bien, los sombrereros locos eran una ficción popular basada en un
hecho: las consecuencias de la exposición al plomo de los tintes que
producía saturnismo entre las gentes que se dedicaban a
determinadas actividades, entre ellas el hacer sombreros.
Moore
actúa casi de la misma manera: sobre un hecho produce una ficción
–una entre muchas, como él mismo admite. Sin embargo, Moore
produce algo más que una simple ficción: subvierte los esquemas
clásicos de la narración desde el principio, le da dolores de
cabeza al lector y se pone a hablar de otras cosas que en un
principio no tienen nada que ver con un degollador de prostitutas de
hace 120 años, como, por ejemplo, el advenimiento del siglo XX (que
deja en mantillas en cuanto a horror a escala industrial a la sórdida
colección de crímenes victorianos). Moore, aparentemente da una
explicación clásica de conspiración a la serie de asesinatos de
Whitechapel: masonería, realeza indiscreta, policías ineptos o
cómplices.
Pero
como eso no es bastante, Moore crea OTRO móvil en la cabeza del
perpetrador de los crímenes. Y esa es la parte verdaderamente
terrible de esta narración, la voluntad de Moore de explicar la
creación de un arquetipo recurriendo a un personaje cuya tarea
autoimpuesta es, precisamente, crear un arquetipo guardián del
patriarcado, de dominación masculina . Moore procede entonces al
revés que Carroll en un aspecto, crea una explicación para la
locura y ésta no tiene nada que ver con el móvil histórico que el
mismo Moore le asigna al asesino. Los asesinatos en sí no son nada
comparados con el legado de los mismos, parece decirnos el autor, con
el arquetipo del asesino en serie desgraciadamente tan reivindicado
en el siglo XX o con los movimientos sociales de las grandes y
pequeñas naciones –muerte a una escala superior a las de las
guerras coloniales inglesas o francesas durante el siglo XIX.
Otro
ejemplo de cómo Moore subvierte las narraciones tradicionales está
en el hecho de la identidad, toda la trama detectivesca que aparece
en From
Hell
es en realidad una farsa porque en realidad no existen detectives
–Abberline el inspector está siendo engañado desde el principio y
Lees el vidente es un estafador-, así que Moore nos da la identidad
de su culpable desde un principio. Y sin embargo, sí que hay un
detective: el lector. Algunas cosas no terminan de encajar, algunos
datos son contradictorios e incluso el Dr. Gull tiene la impresión,
irónicamente al final, de que la transcendencia no es suficiente
para comprenderlo todo, ni todo lo narrado es como se supone que fue
narrado.
Aparte
de eso, Moore parece estar burlándose de las narraciones de
reconstrucción histórica haciendo exactamente el mismo trabajo de
documentación que otros muchos antes de él pero sabiendo que su
trabajo no es una aproximación a la verdad, ni un intento de
explicación, ni una exposición del terreno, sino una exploración
de la mente humana vista a través de los ojos de un personaje al que
Moore convierte en un probable asesino como podría haber hecho con
otros muchos sólo para que intentemos explicarnos a nosotros mismos
una simple pregunta: ¿Cómo es posible? ¿Cómo ocurren esas cosas?
La
respuesta de Moore, la única que puede dar es que no hay respuesta
posible cierta. El único hecho cierto es la muerte violenta de cinco
personas, todo lo demás es incierto.
Magistral,
terrible, inquietante, oscura. Otra obra maestra nacida de una
pesadilla, como es la costumbre de Moore.
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