Resulta
interesante fijarse en la
progresión que se produce en
esta serie en la que todo el armazón
argumental recaía enormemente
progresión que se produce en
esta serie en la que todo el armazón
argumental recaía enormemente
en manos de su dibujante,
Frederik Peeters.
Desde
la primera entrega Peeters conseguía
introducirnos en las claves principales de la historia a través de
los inmensos ojos negros de Addidas,
la niña protagonista. Cuatro escenas escogidas, algunos breves
diálogos rebosando cotidianidad y un atisbo de presentación de los
dos escenarios principales lograba que nos adentrásemos en aquel
nuevo mundo movidos, sobre todo, por la extraña empatía establecida
con aquella chiquilla que parecía terriblemente enferma.
Wazen, confiando plenamente en Peeters, otorga al dibujante la responsabilidad de hacer que el silencio hablara. Y Peeters, con toda la espontaneidad de su pincel y la inspiración de sus diseños, arremete contra nosotros con el arma ante la que podíamos sentirnos más indefensos: la mirada de una niña.
Y
así nos brindan un relato tierno y optimista. Con sus dosis de
intriga y misterio. Con esa humanidad rebosante que transpiran los
niños y que hace que éste sea un cómic apto tanto para grandes
como para pequeños. Curiosos, queremos saber más cuanto más nos
expliquen. Encaprichados, ya no podremos permitir que Addidas salga
de nuestra vida.
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