viernes, 7 de marzo de 2014

100 BALAS

Un cómic de argumento sobresaliente con una potente carga expresiva en su dibujo y un argumento repleto de ritmo, intriga y tensiones psicológicas. Un retrato social descarnado; una canción de amor a lo urbano. Un puzzle magnífico y una historia absorbente para una obra que podría definirse en dos palabras: “diferente” y “moderna”. Su único problema es que la trama tal vez se alargue demasiado para lo simple que resulta en realidad. Y es que aunque las historias de género negro deben tener muchas ramificaciones para lograr un efecto dramático adecuado , no asistimos en esta serie tanto a un alargamiento como a una trama ralentizada y poco dosificada, con arcos argumentales que no avanzan casi nada en los temas principales y otros que resuelven muchas dudas con excesiva celeridad.



De lo que no hay duda es de que no puede hablarse aquí de serialización… Azzarello y Risso construyen una única historia que no aparece fragmentada ni compartimentalizada. No hay arcos o números, sino capítulos de una única obra que no tiene nada que ver con magnicidios y organizaciones secretas, sino con esos pequeños dramas cotidianos que nos cuenta; con Cole Burns, con Wylie Times, con Victor Ray, con Philip Graves, con Milo Garrett y con todos los tequilas que se toman entre frías notas de jazz y densas volutas de humo. Con esas ciudades que no son un mero escenario, sino que devienen en un ente pasional, vivo y palpitante. ¿El resto? El resto es simplemente la excusa argumental que permite sumergirse en un océano de sensaciones y emociones poblado por magnéticas mujeres fatales y elegantes antihéroes para un nuevo siglo. Un océano más tumultuoso cuanto más cerca está de esa realidad capaz de transmitir lo que la mejor de las ficciones sólo roza: Verdad.



Lo primero que hay que decir de 100 Balas es que es una serie con alta densidad de viñetas por página (de siete a ocho) y que ésta suele mantenerse constante o incluso aumentar cuando las variaciones en la expresión de los personajes condicionan la tensión de la escena, bien para permitir identificar la más nimia de esas diferencias como para enlentecer el ritmo y potenciar así el clímax. Paralelamente, la dimensión de las viñetas suele ser desigual y aparentemente desordenada, al tiempo que la estructura rara vez se repite. No obstante, la composición de la página es armoniosa y equilibrada, lo que permite que cada una de ellas funcione como una unidad al tiempo que favorece una integración total entre estilo narrativo (entrecortado, rítmico, rápido) y visual, caracterizados ambos por su dinamismo. Este diseño de página tan elaborado alcanza su culmen cuando Risso (o tal vez Azzarello) usan planos atípicos para algunas escenas, ofreciendo muestras de auténtico virtuosismo e incluso de poesía visual. También en el terreno compositivo, es frecuente el uso de un dibujo estático en segundo plano que ocupe toda la página(superviñeta, como la llamara Eisner) y del que se destaca una sola escena que suele estar descentrada, dejándose el resto sin definir al objeto de superponer sobre el mismo viñetas más pequeñas para subrayar el carácter central que tienen los acontecimientos de esa primera ilustración. Rara vez la composición ocupa toda o gran parte de la página cuando está destinada a la acción de un personaje, aunque a veces se usa este recurso para potenciar el efecto emocional (acompañándose de una onomatopeya perfectamente integrada).



Sea como fuere donde realmente destaca Risso es en la creación de ambientes y en la caracterización, sirviéndose fundamentalmente de la simplificación tanto a nivel compositivo como de ejecución gráfica propiamente dicha, para lo que utiliza tres recursos formales de manera recurrente: la esquematización de la linea, el empleo de tintas planas y el forzado del contraste lumínico. El arma de Risso para definir los personajes es la línea, cuya simplificación le permite marcar la expresividad de los mismos y proporcionar identidad propia a todos los caracteres de 100 balas, con un estilo a veces grotesco e incluso feísta. Pero no queda ahí: su dominio sobre la línea le permite definir la psicología y el temperamento de sus creaciones, rara vez ausentes de tensión, en una suerte de agresividad expresiva para con el lector que se hace patente en especial con los primeros planos. De este empleo esquemático de la línea pasa a otro más intenso, en el que ésta se convierte en mancha, resolviendo la composición a base de grandes masas de tintas planas, en las que el color aparece sólo donde la ausencia de tinta negra se lo permite. Por tanto, la forma de iluminar determina en gran medida la composición, pues prácticamente con dos grandes masas (una negra y otra de color) es capaz de resolver tanto planos generales de una viñeta como primeros planos de un rostro en un efecto lumínico que evoca notablemente la cartelización.




Es, en resumen, un uso peculiar del claroscuro rozando lo tenebrista, muy matizado por colores cálidos y el referido empleo de tintas planas . Todo ello facilita la construcción gráfica de ambientes de acusada plasticidad, que sumergen al lector en un intenso mundo de potentes cargas sinestésicas con el jazz y el blues. Las imágenes que nos asaltan son agresivas, sórdidas; huelen a tabaco espeso y saben a tequila o a vodka (las bebidas preferidas de Cole y Graves).


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