Jean
Dufaux. Prolífico autor franco-belga. Este fabricante de obras
maestras empezó a sorprendernos con Murena desde 1997,
acompañado por los asombrosos lápices de Philippe Delaby. La serie
aún se sigue publicando en Francia, en donde ya se han lanzado nueve
volúmenes. Los primeros cuatro, que cierran el primer ciclo de la
obra, son conocidos también como El Ciclo de la Madre, que
comprende El púrpura y el oro (La pourpre et l'or), Arena
y sangre (De sable et de sang), La mejor de las madres" (La
mellieure des meres) y Los que van a morir... (Ceux qui vont
mourir...). Este trabajo ha venido gozando de gran aceptación
en toda Europa, no tanto por su correspondencia histórica, como por
su magistral dominio del lenguaje de la historieta.
En Murena, Dufaux
explota al máximo el sentido trágico de la Roma antigua, y consigue
mezclar una trama sórdida y excitante con pasajes de verdadera
poesía visual (aquí, el mérito va para Delaby). Con ambiciones
argumentales que sólo Dufaux podría permitirse, la obra enhebra
magistralmente los destinos de personajes históricos como Claudio,
Británico, Agripina (la menor), Acté y el propio Lucio Domitio
Nerón. Sin embargo, y contrariamente a lo que se podría pensar, el
rigor histórico no juega un papel esencial en Murena: el
autor es consciente de que se trata de una obra de ficción, y, como
tal, se permite ciertas licencias (cada una de ellas, expuestas al
final de cada volumen).
Revisemos entonces
nuestros libros de Historia y demos un paseo por la sangrienta
dinastía Julia-Claudia, de la mano de un grande del cómic
franco-belga. Dejemos que Dufaux sea nuestro Virgilio y nos guíe por
uno de los caminos más tormentosos de la historia del hombre.
El emperador Claudio es,
quizás, uno de los personajes más humanos de la obra. Éste se
debate entre el amor y el compromiso (¿existe algo más humano?):
por un lado, su matrimonio con Agripina, hembra ambiciosa e
insensible, y, por el otro, su amor por Lolia Paulina, mujer
comprensiva, apasionada y real dueña de su corazón. Los besos a
escondidas con Lolia Paulina lo acercan bastante al lector
contemporáneo, tan ajeno al atroz contexto moral de la época.
Claudio es un dios que es a la vez hombre, y sufre como tal. Para él,
el poder es una mera circunstancia, mientras que sus pasiones son las
que realmente rigen su existencia.
Sin embargo, está
también Británico, su hijo menor y fruto de su primer matrimonio
con Valeria Mesalina (cuyo nombre no se menciona en absoluto en
Murena). Pero sucede que Británico es a menudo desplazado por
Nerón, hijo de Agripina, a quien Claudio adoptará como consecuencia
del matrimonio con ésta.
El emperador es
consciente de las ansias de poder de su segunda esposa, y pretende (a
escondidas de ésta) dejar a Británico como heredero del Imperio.
Por desgracia para él, Agripina llega a enterarse de sus planes. El
resto (el veneno) es historia, y Claudio ve truncados sus deseos por
la crueldad de su esposa, y el hijo de ésta, Nerón, asciende
finalmente al poder.
En los primeros dos
libros de Murena, Lucio Domitio Nerón es una figura
constantemente atormentada por el yugo materno. Un mero instrumento
de Agripina, para ostentar el poder a través de su único hijo.
Esto, claro, dota al personaje de una riqueza psicológica
indescriptible. Adolescente como es, Nerón desarrolla un amor
platónico hacia Acté, esclava liberta y prostituta al servicio de
Palas. La dimensión erótica del personaje crece tremendamente: un
joven inexperto, enamorado a escondidas de una mujer de ínfima
condición, pero famosa por su carácter devorador e insaciable. Con
suma destreza, Dufaux desarrolla los problemas más intemporales de
los personajes históricos, haciéndoles recobrar plena vigencia.
Es en los dos tomos
siguientes donde la figura de Nerón va cobrando visos espeluznantes.
Y esto, a raíz de un asesinato: Agripina manda asesinar a Lolia
Paulina, amante de Claudio y madre de Lucio Murena, el mejor amigo
del propio Nerón. Éste, aún en su faceta sumisa, se ve obligado a
encubrir a Agripina, y para esto desata una serie de cruentas
ejecuciones, destinadas a borrar todo rastro de la atrocidad cometida
por su propia madre.
Éste es el punto de
inflexión. Nerón se percata de la naturaleza inicua del amor
materno y de la felicidad que le ha arrebatado la sed de poder de
Agripina. La sublevación es inminente, y, cuando se da, cobra forma
de repulsión ahogada, silenciosa, pero repulsión a fin de cuentas.
Su madre, entonces, no se revela no sólo como la autoridad materna
ante la cual es necesario alzarse, sino también como un poderoso
enemigo político, que intenta arrebatarle a toda costa la supremacía
de Roma.
Agripina es un personaje
tan atroz como delicioso. Una mujer capaz de envenenar a su marido y
de seducir a su propio hijo, con tal de detentar el dominio político
de la nación más poderosa del mundo antiguo. Una arpía compulsiva,
presa de la obsesión, que incluso se da tiempo para una breve escena
de infidelidad con Afranio Burro (prefecto del pretorio), en pos de
su objetivo. No hay nadie más, en una obra tan sórdida como este
primer ciclo de Murena, que se enorgullezca tanto de su
bajeza.
Porque Agripina no es
madre. Antes que eso, es una asesina, y una mujer aberrante, inmoral,
para la cual Nerón es únicamente el instrumento perfecto para la
realización de sus sueños megalomaníacos. Dufaux parece
comprenderlo a la perfección y se entretiene erotizándola, haciendo
crecer su sombra en cada viñeta.
Por otro lado, Acté, la
liberta prostituta, es una mujer mucho menos repudiable, a pesar de
su condición. Tras apenas haber tomado posesión del trono, Nerón
la arrebata de las infaustas garras de Palas y la lleva consigo,
luego de lo cual le ofrece la libertad. Acté la rechaza (quizás por
amor, quizás por estrategia), eligiendo permanecer al lado del
emperador. Así, uno de los pocos atisbos de lealtad en Murena,
recae en el personaje de una hembra infame, como para dejar en claro
que en esta obra es imposible saber quién es quién.
Locusta, la hechicera, es
el elemento mágico de la obra, y representa el sentir místico
primitivo del hombre. Con ella, se completa el retrato de una época.
Agripina recurre a sus servicios para procurarse el veneno que le
ayudará a cometer sus tantos crímenes y para presagiar el destino
del Imperio. Además, la figura de Locusta está ligada a la imagen
de una gorgona, gracias a lo cual Murena no deja esquina sin
rebuscar.
Las
rojas arenas del coliseo
Balba, gladiador nubio,
encabeza la lista de los “otros”, los hombres cuya libertad ha
sido anulada por el gran aparato romano. Paradójicamente, este
personaje es quizás el más moral de la obra. En Balba, el sentido
de justicia es infinito. Inicialmente al servicio de Británico,
decide vengar a éste, tras su muerte por envenenamiento a manos de
la despiadada Agripina. Para esto, se interna voluntariamente en la
escuela de gladiadores, pues es consciente de que sólo aprendiendo a
odiar, se puede llegar a ser un guerrero invencible. Pero, en el
nubio, el odio sirve a fines loables, a diferencia de los miembros de
las altas esferas imperiales.
Massam es otra figura
interesantísima en Murena. El silesio cabe perfectamente en
la clásica concepción del gladiador: una bestia descomunal, sin más
verdad que la sangre por la sangre. Personaje rival de Balba, este
brutal guerrero es consciente de su capacidad para matar y la usa
para ganarse el respeto y temor de los demás gladiadores. A menudo,
Massam se muestra como un sujeto desafiante que parece disfrutar
retando a Balba, e incluso a las propias leyes de la arena.
Por último, Draxio es un
tracio a quien Agripina recluta como su brazo armado. Responsable
directo de ejecutar el plan que terminaría con la muerte de Lolia
Paulina, este esclavo-gladiador es uno de los hombres más fuertes
entre los siervos del Imperio, pero, al mismo tiempo, carece de sesos
como para cuestionarse su situación. Draxio se limita a cumplir
órdenes, pero las disfruta más si éstas involucran algún acto de
crueldad.
En suma, Murena no
lo dice todo acerca de Roma, puesto que ésta no es su intención.
Sin embargo, Dufaux y Delaby, haciendo gala de ser grandes
narradores, nos atrapan desde un primer momento con este nuevo
clásico de la ficción histórica. Un guión serio, con momentos
realmente geniales y un arte de un detallismo impactante. Todo eso es
Murena: una bellísima apología de la miseria humana.
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