miércoles, 18 de diciembre de 2013

MURENA


 Jean Dufaux. Prolífico autor franco-belga. Este fabricante de obras maestras empezó a sorprendernos con Murena desde 1997, acompañado por los asombrosos lápices de Philippe Delaby. La serie aún se sigue publicando en Francia, en donde ya se han lanzado nueve volúmenes. Los primeros cuatro, que cierran el primer ciclo de la obra, son conocidos también como El Ciclo de la Madre, que comprende El púrpura y el oro (La pourpre et l'or), Arena y sangre (De sable et de sang), La mejor de las madres" (La mellieure des meres) y Los que van a morir... (Ceux qui vont mourir...). Este trabajo ha venido gozando de gran aceptación en toda Europa, no tanto por su correspondencia histórica, como por su magistral dominio del lenguaje de la historieta.
En Murena, Dufaux explota al máximo el sentido trágico de la Roma antigua, y consigue mezclar una trama sórdida y excitante con pasajes de verdadera poesía visual (aquí, el mérito va para Delaby). Con ambiciones argumentales que sólo Dufaux podría permitirse, la obra enhebra magistralmente los destinos de personajes históricos como Claudio, Británico, Agripina (la menor), Acté y el propio Lucio Domitio Nerón. Sin embargo, y contrariamente a lo que se podría pensar, el rigor histórico no juega un papel esencial en Murena: el autor es consciente de que se trata de una obra de ficción, y, como tal, se permite ciertas licencias (cada una de ellas, expuestas al final de cada volumen).
Revisemos entonces nuestros libros de Historia y demos un paseo por la sangrienta dinastía Julia-Claudia, de la mano de un grande del cómic franco-belga. Dejemos que Dufaux sea nuestro Virgilio y nos guíe por uno de los caminos más tormentosos de la historia del hombre.

Claudio: el hombre y su dilema           
El emperador Claudio es, quizás, uno de los personajes más humanos de la obra. Éste se debate entre el amor y el compromiso (¿existe algo más humano?): por un lado, su matrimonio con Agripina, hembra ambiciosa e insensible, y, por el otro, su amor por Lolia Paulina, mujer comprensiva, apasionada y real dueña de su corazón. Los besos a escondidas con Lolia Paulina lo acercan bastante al lector contemporáneo, tan ajeno al atroz contexto moral de la época. Claudio es un dios que es a la vez hombre, y sufre como tal. Para él, el poder es una mera circunstancia, mientras que sus pasiones son las que realmente rigen su existencia.
Sin embargo, está también Británico, su hijo menor y fruto de su primer matrimonio con Valeria Mesalina (cuyo nombre no se menciona en absoluto en Murena). Pero sucede que Británico es a menudo desplazado por Nerón, hijo de Agripina, a quien Claudio adoptará como consecuencia del matrimonio con ésta.
El emperador es consciente de las ansias de poder de su segunda esposa, y pretende (a escondidas de ésta) dejar a Británico como heredero del Imperio. Por desgracia para él, Agripina llega a enterarse de sus planes. El resto (el veneno) es historia, y Claudio ve truncados sus deseos por la crueldad de su esposa, y el hijo de ésta, Nerón, asciende finalmente al poder.


Nerón: la llama que nunca se apaga  
En los primeros dos libros de Murena, Lucio Domitio Nerón es una figura constantemente atormentada por el yugo materno. Un mero instrumento de Agripina, para ostentar el poder a través de su único hijo. Esto, claro, dota al personaje de una riqueza psicológica indescriptible. Adolescente como es, Nerón desarrolla un amor platónico hacia Acté, esclava liberta y prostituta al servicio de Palas. La dimensión erótica del personaje crece tremendamente: un joven inexperto, enamorado a escondidas de una mujer de ínfima condición, pero famosa por su carácter devorador e insaciable. Con suma destreza, Dufaux desarrolla los problemas más intemporales de los personajes históricos, haciéndoles recobrar plena vigencia.
Es en los dos tomos siguientes donde la figura de Nerón va cobrando visos espeluznantes. Y esto, a raíz de un asesinato: Agripina manda asesinar a Lolia Paulina, amante de Claudio y madre de Lucio Murena, el mejor amigo del propio Nerón. Éste, aún en su faceta sumisa, se ve obligado a encubrir a Agripina, y para esto desata una serie de cruentas ejecuciones, destinadas a borrar todo rastro de la atrocidad cometida por su propia madre.
Éste es el punto de inflexión. Nerón se percata de la naturaleza inicua del amor materno y de la felicidad que le ha arrebatado la sed de poder de Agripina. La sublevación es inminente, y, cuando se da, cobra forma de repulsión ahogada, silenciosa, pero repulsión a fin de cuentas. Su madre, entonces, no se revela no sólo como la autoridad materna ante la cual es necesario alzarse, sino también como un poderoso enemigo político, que intenta arrebatarle a toda costa la supremacía de Roma.


Esposas, madres y concubinas del poder  
Agripina es un personaje tan atroz como delicioso. Una mujer capaz de envenenar a su marido y de seducir a su propio hijo, con tal de detentar el dominio político de la nación más poderosa del mundo antiguo. Una arpía compulsiva, presa de la obsesión, que incluso se da tiempo para una breve escena de infidelidad con Afranio Burro (prefecto del pretorio), en pos de su objetivo. No hay nadie más, en una obra tan sórdida como este primer ciclo de Murena, que se enorgullezca tanto de su bajeza.
Porque Agripina no es madre. Antes que eso, es una asesina, y una mujer aberrante, inmoral, para la cual Nerón es únicamente el instrumento perfecto para la realización de sus sueños megalomaníacos. Dufaux parece comprenderlo a la perfección y se entretiene erotizándola, haciendo crecer su sombra en cada viñeta.
Por otro lado, Acté, la liberta prostituta, es una mujer mucho menos repudiable, a pesar de su condición. Tras apenas haber tomado posesión del trono, Nerón la arrebata de las infaustas garras de Palas y la lleva consigo, luego de lo cual le ofrece la libertad. Acté la rechaza (quizás por amor, quizás por estrategia), eligiendo permanecer al lado del emperador. Así, uno de los pocos atisbos de lealtad en Murena, recae en el personaje de una hembra infame, como para dejar en claro que en esta obra es imposible saber quién es quién.
Locusta, la hechicera, es el elemento mágico de la obra, y representa el sentir místico primitivo del hombre. Con ella, se completa el retrato de una época. Agripina recurre a sus servicios para procurarse el veneno que le ayudará a cometer sus tantos crímenes y para presagiar el destino del Imperio. Además, la figura de Locusta está ligada a la imagen de una gorgona, gracias a lo cual Murena no deja esquina sin rebuscar.


Las rojas arenas del coliseo
Balba, gladiador nubio, encabeza la lista de los “otros”, los hombres cuya libertad ha sido anulada por el gran aparato romano. Paradójicamente, este personaje es quizás el más moral de la obra. En Balba, el sentido de justicia es infinito. Inicialmente al servicio de Británico, decide vengar a éste, tras su muerte por envenenamiento a manos de la despiadada Agripina. Para esto, se interna voluntariamente en la escuela de gladiadores, pues es consciente de que sólo aprendiendo a odiar, se puede llegar a ser un guerrero invencible. Pero, en el nubio, el odio sirve a fines loables, a diferencia de los miembros de las altas esferas imperiales.
Massam es otra figura interesantísima en Murena. El silesio cabe perfectamente en la clásica concepción del gladiador: una bestia descomunal, sin más verdad que la sangre por la sangre. Personaje rival de Balba, este brutal guerrero es consciente de su capacidad para matar y la usa para ganarse el respeto y temor de los demás gladiadores. A menudo, Massam se muestra como un sujeto desafiante que parece disfrutar retando a Balba, e incluso a las propias leyes de la arena.
Por último, Draxio es un tracio a quien Agripina recluta como su brazo armado. Responsable directo de ejecutar el plan que terminaría con la muerte de Lolia Paulina, este esclavo-gladiador es uno de los hombres más fuertes entre los siervos del Imperio, pero, al mismo tiempo, carece de sesos como para cuestionarse su situación. Draxio se limita a cumplir órdenes, pero las disfruta más si éstas involucran algún acto de crueldad.

En suma, Murena no lo dice todo acerca de Roma, puesto que ésta no es su intención. Sin embargo, Dufaux y Delaby, haciendo gala de ser grandes narradores, nos atrapan desde un primer momento con este nuevo clásico de la ficción histórica. Un guión serio, con momentos realmente geniales y un arte de un detallismo impactante. Todo eso es Murena: una bellísima apología de la miseria humana.

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