La
aparición de una obra nueva de Carlos
Giménez siempre
es buena noticia. Es uno de los tres o cuatro historietistas
españoles más importantes, y el hecho de que hoy siga al pie del
cañón resulta admirable.
Es
la primera entrega de una obra en curso, netamente sentimental, con
una carga emotiva de la que uno no puede abstraerse. Pepe
es
la biografía de José
González,
uno de los mejores dibujantes realistas del cómic español, famoso
por su habilidad para plasmar mujeres voluptuosas y, sobre todo, por
su Vampirella.
Fue también uno de los muchos que trabajaron en la agencia
Selecciones Ilustradas de Josep
Toutain,
y fue también amigo personal de Giménez. Y esto es esencial para
entender el tebeo: Pepe
es
una carta de amor a un amigo ausente, y sus páginas rebosan un
cariño sincero con el que es imposible no simpatizar. Si el lector
entra en la propuesta inevitablemente se dejará llevar por Giménez
en su viaje a través de la vida de Pepe. La importancia que tiene
para él es tal que da la impresión de que aparta cualquier otro
aspecto a un plano secundario. No le importa olvidarse de sus
característicos experimentos con la composición de página y
centrarse en una narración sobria y funcional, o repetir recursos,
como la apertura del tebeo con estampas de la vida barcelonesa
—similar a las que utilizaba en Barriocon
Madrid—, o incluso anécdotas enteras ya contadas en Los
Profesionales.
No le interesa innovar y ni siquiera se plantea qué significa esta
obra en su carrera, o qué aceptación tendrá por parte de los
lectores. Simplemente, se entrega por completo al homenaje sincero, a
la admiración absoluta.
Más
que una biografía, Pepe
es
una recolección de anécdotas sin solución de continuidad. Cada
escena, leída independientemente, funciona e interesa, y muchas son
muy divertidas y están llenas de la vitalidad y la verdad
que
caracterizan toda su obra. Por supuesto, a estas alturas, nadie va a
negar la gran habilidad de Giménez para el dibujo y la narración.
En este sentido, no desmerece de cualquiera de sus mejores tebeos.
Mima cada detalle y cada personaje con el cuidado y el calor de
siempre, y recrea de nuevo el ambiente de la época y el trabajo en
el estudio —aunque éste no sea el tema central— como sólo él
sabe hacerlo, con esa nostalgia entre lo amargo y lo dulce que no
elude la crítica ni aquello que no es cómodo recordar. Giménez
quiere hablar de Pepe, quiere que su voz se escuche en el relato, que
lo acompañe, como si nos estuviera hablando en persona. La
biografía de Pepe sin duda es cualquier cosa menos convencional, y
no se puede poner en duda que él era una persona fuera de lo común
que se ganó la admiración de los que le conocieron, y no solamente
por lo bien que dibujaba. Giménez se reserva para el final un giro
perfecto que pincha el globo que ha ido inflando durante todo el
libro: jugada maestra que demuestra que el genio no se pierde de la
noche a la mañana.
Es imposible no conmoverse ante lo que nos ofrece Carlos Giménez. Retornar al
escenario y el reparto de Los
Profesionales puede
no ser original ni tener el impacto de la primera vez, pero resulta
muy grato. Los
Profesionales no
es sólo la mejor serie de Giménez, sino que algunas de sus
historias se encuentran entre lo mejor que ha dado el tebeo español.
Recordemos que la obra no está terminada. Pepe
es
una obra de madurez, una obra de alguien que ha sido —y es— todo
en la historieta, y que ha llegado a un punto en el que se ha
permitido dibujar un tebeo con la libertad incluso de no tener que
estar a la altura de nada. Y sobre todo la clave tal vez esté en que
Pepe
es
un cómic dibujado con las entrañas .
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