HABIBI
Habibi
es
la historia de Dodola y Zam, niña y niño destinados a ser esclavos
y que escapan para sobrevivir en un barco viejo encallado en medio
del desierto. Dodola y Zam crecen, se separan, se reencuentran,
sufren la crueldad de los poderosos y su relación cambia, ellos
maduran a través de las pérdidas y sacrificios que experimentan. Es
un relato absorbente de verdad, que engancha como las mejores novelas
de aventuras, y que muta a medida que se pasan sus páginas de una
manera sutil y perfecta. Como preludia su propio título, acaba
convertida en una historia amorosa atípica y con la misma
sensibilidad que la de Blankets,
aunque tamizada por una madurez como autor y persona que ésta no
tenía —recordemos que Thompson tenía poco más de veinticinco
años cuando empezó a dibujarla—. Pero además Habibi
es
un crisol de historias del folclore árabe y de sus textos sagrados,
algunas de las cuales son compartidas con los cristianos —y de
hecho Thompson juega varias veces de manera magistral con las
diferencias entre ambas versiones—. Estas historias, narradas casi
siempre por Dodola, están perfectamente integradas en la narración
principal, y se relacionan con ella influyéndola al mismo tiempo.
Pero además, como es habitual en Thompson, el dibujo fluye con tanta
naturalidad como la historia: el dibujo es historia. Pasamos de la
cotidianidad, de la historia real
con
los personajes reales,
a las historias mitológicas en las que lo gráfico puede desbordar
los límites de esa realidad y volverse poderosamente simbólico. De
hecho, el universo de símbolos de Thompson, que ya era rico en
Blankets,
evoluciona y se consolida . En Habibi se integran sin traumas los
espíritus y criaturas mitológicas con personajes reales, y se juega
con todos los elementos narrativos, desde el diseño de página,
siempre variable, a las formas de los bocadillos de texto. Hay
impresionantes viñetas página y composiciones pictóricas, de
arquitectura medida. Las escenas de acción son escasas pero
brutales, vertigiosas, casi a brochazos. Los minuciosos arabescos
sirven de presentación de los capítulos pero también están
integrados en la estructura de algunas las páginas.
Como
puede deducirse, Habibi
acaba
siendo un trabajo artesanal verdaderamente titánico. Thompson,
espectacular dibujante con una gran capacidad para retratar la
emoción y el sentimiento, alcanza una madurez como autor plena, en
la que conoce sus recursos y los utiliza con soltura y sobre todo
tensando siempre la cuerda para ir en cada página un poco más allá.
Y lo hace con devoción por el trazo y el trabajo manual, como sólo
con la libertad y el tiempo que se le da a un autor de novela gráfica
contemporánea puede hacerse: esos arabescos, por ejemplo, son una
tarea de horas y horas.
Hay
mucho más. La manera en la que utiliza la escritura arábiga
integrada en el dibujo, o las matemáticas de los cuadrados mágicos,
o los diagramas… Todo siempre al servicio de una historia
emocionante. Desde su primera página tenemos la sensación de estar
leyendo algo en lo que el autor ha puesto todo. Se la ha jugado y ha
salido victorioso. Es cierto que su sensibilidad, su tono narrativo,
por personal, puede no ser del agrado de todos. Thompson sabe ser
emotivo sin caer en lo fácil, en lo cursi. Juega con lo simbólico y
lo onírico para omitir el culebrón banal, y concretamente en
Habibi,
no hay ni una sombra de eso. El mundo en el que viven Dodona y Zam
va cambiando sutilmente según crecen ellos, y pasamos de un
escenario que no desentonaría en Las
mil y una noches a
una actualidad sucia, con una gran urbe llena de rascacielos y unos
suburbios de vertedero. Sin explicaciones, sin que quede muy claro
por qué esto es así, de una manera que lo emparenta con el realismo
mágico.
Una
historia maravillosa —en los dos sentidos—, cargada de fuerza en
sus dibujos y en sus palabras. Habibi
es
una historia universal contada con una voz personal, un trabajo de
años que se materializa en un libro redondo —con una edición
perfecta por parte de Astiberri,
por cierto—. Una historia llena de sacrificios y crueldad, que gira
en buena medida en torno a la culpa, pero también llena de
esperanza. Y es, ante todo, una historia de amor. Del de verdad, del
que duele.
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